Hace contados minutos recibí una visita domiciliaria de una empresa en la cual estoy haciendo para ver si entro a trabajar allá, pero la verdad ya no quiero. El malestar que generó en mi esta visita fue lo que me impulsó a venir a mi computador y escribir. ¿Qué derecho tienen ellos en venir a mi casa y registrar mi vida? Si tendré un compromiso será con la empresa y eso será cuando trabaje allá, mi casa es mi territorio y punto.
Explíquenme, me hace mejor o peor empleada que tenga una casa bonita o no.
Y no es que tenga una casa que se caiga del mugre o que viva en un lugar que me avergüence de él, simplemente es que para este tipo de cosas soy una persona reservada. Me encantan las visitas, pero de mis amigos o familiares. Díganme cómo voy a atender a alguien que ni conozco y además quiere ver hasta mis cajones.
Sentada en mi sala contando mis secretos más íntimos a una extraña que se toma mi tinto en la vajilla que me regaló mi madre con objeto que ésta fuera un tesoro familiar. Esto es la transgresión a la intimidad.
Si bien las empresas, cada día nos absorben con el trabajo y actividades, siento que esto se pasa de la raya, me acabo de sentir violada.