lunes, 1 de octubre de 2012

Entrevista con un Twittero - Parte III




El deseo de un beso quedó. Mi boca palpitaba tan solo de imaginar ese momento, pero sería mejor así, no besarnos para que la próxima vez, si es que iba a existir una próxima, tuviéramos más ganas. El deseo reprimido hace disfrutar intensamente la tentación, cuando ésta se convierte en realidad. Volví a casa acelerada y pensativa, miles de cosas pasaban por mi mente, un ligero temblor invadía todo mi cuerpo. Realmente es un personaje encantador que me tiene cautivada. 

Pasaron varios días y no supe de su existencia, seguramente huyó porque fui una boba, que le apartó la boca en el momento en el cual me quería besar. Pensamientos e incluso recriminaciones conmigo misma tuve, sentí hasta una leve tusa por algo que ni jamás comenzó, estaba siendo víctima de mi propio juego. Tenía tanta curiosidad por esos labios, me iba a morir por culpa de mi propia estupidez. Casi me deprimí, sentía que me faltaba algo que podía ser llenado con un beso de él, o con litros de helado. Como realmente sucedió, y así como una colegiala tonta refugiada en algún lugar me encontraba yo. Con un vaso de helado y algún libro que no recuerdo su título, cuando llegó a mi celular un nuevo mensaje. Era él, eran sus palabras perfectamente escritas, palabras que venían acompañadas de una invitación a volvernos a ver, pero que esta vez debería ser yo quien escogiera el lugar. 

Yo escoger el lugar? Si me cuesta decidir qué ropa ponerme a diario, soy de esas que desde el desayuno piensa qué debe preparar de almuerzo, para cuando llegue la hora tener un algo puesto en el plato. Pensé y pensé por un buen rato, debía darle una respuesta, una pronta y precisa. Debía escoger un plan que no pareciera muy comprometedor, un lugar abierto, un plan que no dijera mucho. Me encanta el cine, pero sería tan común decirle que fuéramos a cine, tampoco quería salir con la frase de cajón de ir a tomar café. No sé si fue por el libro que leía por esos días o porque realmente es de ese tipo de cosas estúpidas, que me gusta hacer y jamás me doy la oportunidad para hacer. Lo invité a ir a dar una vuelta y recorrer algunos de mis lugares preferidos, lo invité a un picnic en cualquier prado.

Vamos de picnic, ese es mi plan. Así se lo que escribí. Me dejé ir sobre la pantalla de mi celular y se lo dije, no me importaba lo que podría pensar. Jamás se me cruzó por la mente que se reiría de mi, que se burlaría y que irónicamente hablara del cliché del mantel a cuadros rojos sobre fondo blanco, la cesta mimbre. No sé si era mi culpa por parecer siempre tan indiferente hacia todo, pero lo que realmente me interesaba saber es si iba a ir o no. Si no pensaba hacerlo, entonces que propusiera algo él. Nunca sabré si fue por pereza o falta de creatividad, pero accedió. 

Le dije dónde sería el lugar de encuentro y más nada, a pasar de toda su insistencia. No entiendo por qué los hombres tienen siempre tener el control, por qué siempre necesitan saberlo todo, déjense llevar. Esta vez sería yo quien tendría el control, quien decidiría. Debería dejar el machismo a un lado y permitirme que yo hiciera lo que quisiera hacer. Desperté más temprano que de costumbre, caminé un rato, busqué las cosas para nuestro picnic, me acerqué a la panadería por un pan recién horneado, recorrí el mercadito buscando vegetales y frutas frescas. Cuando llegué a mi casa nuevamente, lavé las frutas y los vegetales, preparé los sándwiches que nos comeríamos más tarde, busqué una botella de vino tinto y lo empaqué todo el la cesto de mimbre, que heredé de mi madre. 

Un jean, una camisa a cuadros, mis viejos Nike Air Force 1, nada de maquillaje y para completar el cliché me puse una pañoleta sobre mi cabeza. Lo busqué en el lugar que habíamos acortado. Ni siquiera me baje de Merceditas. Si tenía el control, lo iba hacer todo como yo quería, se acercó y subió a mi Merceditas. Me saludó común y corriente, lejano afortunadamente. En seguida se ofreció a manejar, me negué, yo llevaba el control, yo lo estaba dirigiendo, no quería que él arruinara todo mi plan sabiendo hacía donde nos dirigíamos. 

Lo llevaré a conocer algunos de mis refugios, mis lugares secretos, algo que no he compartido con nadie, le dije. De su cara surgido una tímida sonrisa. Manejé unos cuantos kilómetros, durante los cuales hablamos, cosas sin sentido como siempre, pero más interesantes que nunca. Cuando me salí de la carretera y cogí mi verdadera ruta, su comentario fue perfecto; puedo conectar mi iPod, acá? Hay algo que quiero que oigas. Por favor, hágalo! -Louis Armstrong!!! Qué otra cosa podría llevarnos a la perfección? No solo escribe especialmente bien, le gusta el deporte, odia a la gente y ahora para llegar a lo más alto del altar de hombres, tenía buen gusto musical-. No sé si era la canción para ese momento, pero su título invita a mucho, A Kiss To Build A Dream On. Debí detenerme, soltar el cinturón de seguridad y besarlo. Fue perfecto, su boca tiene el tamaño para la mía, sus labios jugosos y llenos de deseo, con mis manos acariciaba su pelo, nuestras lenguas danzaban como si se conocieran de toda la vida, unos segundos en los que todo el tiempo se detuvo. Fenomenal.

Volví a la ruta y seguimos el camino, no quería mirarlo, tenía miedo, él quería decir algo, pero no le salían las palabras. Encontré mi lugar, como pude traté de poner a Merceditas a un lado del camino y le dije que ahora tendríamos que caminar. Saltamos una cerca, me cogió de la mano y subimos una loma, cuando llegamos al punto que yo indiqué, sacamos todo del cesto, extendí el mantel, le di su sándwich y yo tomé el mío. Él sirvió el vino y me dio algunas frutas, los dos teníamos una sonrisa cómplice. No hablábamos, sólo nos mirábamos, porque no teníamos de qué hablar, nuestros ojos hablaban por nosotros. 

La película de horror, se volvía rosa de un momento para otro. Cuando terminamos de comer, él se acercó a mi lentamente, sus labios se acercaron nuevamente a los míos, muy despacio comenzó a besarme, fueron movimientos muy calculados y precisos, se me iba la respiración, pero sentía que compartía el aire con él, estaba respirando gracias a él. Era como morir y vivir en el mismo instante. Después de volar, volvimos a poner los pies en la tierra. Me levanté, guardé todo en el cesto y tomé su mano, le invité a caminar entre la hierba, sin que él lo supiera estábamos recorriendo los lugares donde me gusta huir de todo, donde voy a olvidar o a recordar, espacios sin nada de especial, más que el significado que yo le he dado con tantas visitas. Espacios que quedan muy cerca a donde vivo.

Después de caminar un largo rato y antes que la tarde se convirtiera en noche, nos fuimos. Lo llevé nuevamente al lugar en donde nos encontramos y nos despedimos con un exagerado beso, más intenso y fuerte que todos los anteriores. Esta vez no existía nadie más que él y yo en el mundo, estuvimos en una burbuja por unos segundos, burbuja que explotó cuando paré y le dije que debía irse, porque el camino de vuelta a mi casa es largo.