Sí, el titulo es intencional, quería que se pareciera a aquel libro que están pensando. Pero en ese momento los dos fuimos víctimas, tanto él como yo. Jamás he creído en conocer a alguien por Internet, no es mi estilo, pero después de hablar por mucho tiempo, escribirnos indirectas, compartir DMs e ideas por correo electrónico, acepté su invitación a un café.
Buscar unos libros en la casa de mi madre, era otra una buena excusa para montarme en la vieja Merceditas y dirigirme hasta la ciudad. Las piernas me temblaban, las manos me sudan, mi respiración era más acelerada que de costumbre, manejé muy rápido, después lento, le di, tres vueltas a la manzana antes de llenarme de valor y entrar en el sitio acordado. Parqueé, cerré con llave mi vieja Merceditas, y muerta de la curiosidad e invadida por el miedo, me acerqué al lugar, esperé unos segundos eternos escondida detrás de una columna y cuando todo me pareció aparentemente normal, me acerqué a él.
Llegué tarde, no suelo suelo hacerlo, odio a los incumplidos y en este momento estaba siendo una de ellas, no tenía más opción. -Cómo saludo a alguien que no conozco, pero si conozco? Le extiendo la mano? Tan solo le dirijo la palabra, rechazando el contacto físico? Le doy un abrazo?- Decidí la segunda opción, creo que él esperaba otra, pero no me importa. Me siento y caballerosamente me pregunta qué deseo tomar -un aguardiente y fondo blanco, para los nervios- un café helado y una torta de amapola estaría bien… Pasados unos minutos vuelve con lo que ordené y con un café americano para él -Café americano, no había algo más vainilla, qué falta de carácter!-
Es uno de esos twitteros que se la pasa escribiendo todo el día, tiene casi los mismos seguidores que Jesús y seguramente en la comunidad todo el mundo lo conoce. Si me pasa algo mucha gente se enteraría, pensé. Estamos a plena luz del día en un lugar concurrido, sería absurdo que me pasará algo… pero con tanto loco que hay suelo. Sería sagaz de mi parte llevar una revolver en la cartera o tener un escolta vigilándome desde una mesa contigua, pero ya era demasiado tarde para pensar eso, estaba sentada frente a un desconocido, conocido.
De qué vamos a hablar? Comenzará con el trillado y qué más? Cómo vas? O peor aún, con un: estás muy linda, eres más alta de lo que imaginaba. Afortunadamente la primera frase fue mucho más interesante de lo que alguna vez pensé. Yo aún tenía mi celular en la mano con un número de emergencia digitado por si algo me parecía sospechoso. Durante los primeros minutos miré hacia todos los lados para asegurarme que no se hiciera señas con nadie y yo estuviese segura.
De ningún modo me imaginé que podría hablar con un twittero más de 140 caracteres y esa tarde resultó siendo larga, interesante, de risas y anécdotas. Pero llegó la hora en el que los temas se agotan y la luz natural está por irse, es el momento de irme, pero este hombre sale con una jugada maestra. Una cerveza? -Pero por favor, qué otra cosa podría ser mejor para comenzar la noche-.
Será que esa es su estrategia con todas sus víctimas? Será que ya tiene un sitio donde le dan la cerveza envenenada? Como fuera accedí, no le pregunté si llevaba carro o algún tipo de vehículo, me acerqué hasta la vieja Merceditas y le dije que me guiara hacia donde nos dirigíamos -Qué pena un hombre viendo todo este desorden, papeles, libros, cosméticos, comparendos, cajitas de Altoids regados por todos lados y el toque más especial, la guantera remendada con una cuerdita-.
Las conversaciones con cerveza siempre son más interesantes, pero me tomé solo una, debía manejar. Al terminarla, recogí mis llaves, me despedí y salí sin rumbo. Afortunadamente en esta entrevista, no me chuparon la sangre, solo me sacó un montón de información, terminé revelándole algunos de mis secretos mejor guardados. Sinceramente fue porque sentí que hubo el espacio para ello, y sus palabras y receptividad me generaron confianza.
Fue una experiencia agradable, pero no me pregunten si la repetiría…