Miércoles, cerca a las 11 de la noche, el bus a medio llenar, pero para no perder la costumbre me fui de pie quizá fue porque no me quería sentir cómoda, quizá fue porque no me gusta la nueva disposición de las sillas, no lo sé hay cierto tipo de cosas que hago sin ser consciente de ellas, últimamente me he dado cuenta que estoy más tranquila si hago las cosas por hacerlas y no me cuestiono por ello. Los pocos pasajeros con cara de aburrimiento o cansancio iban como van las personas a esa hora en el medio de transporte menos digno que puede existir, resignados. La mayoría abstraídos mirando la pantalla de sus teléfonos, sin hacer contacto visual con los demás pasajeros.
A lo lejos empecé a escuchar aquella voz sin alma de una mujer, que para mi se ya se ha vuelto en un tema recurrente y por lo cual ni me llama la atención, pero al levantar mi mirada del teléfono, la vi a ella, una joven linda, cantando aquella canción tan triste, con su voz que no correspondía ni a su figura, ni a su edad. Tenía esa voz de aquellas personas tristes que han vivido mucho y que están desconsoladas de la vida, yo como los gatos la miraba, sin que ella se diera cuenta de la intriga que me generaba y sabiendo que si cruzaba la mirada con ella me sentiría comprometida a darle una moneda y por principio soy de esas personas que cuando alguien está pidiendo dinero la ignora, porque prefiero hacer de cuenta que esa persona no existe, a mirarla a los ojos y tenerle que decir no te quiero dar dinero. Terminó su canción y repitió ese discurso agotado que tienen todas las personas que piden dinero en el transporte público, pero lo hizo sin alma, como cuando alguien está de cuerpo en un lugar, pero su ser está sumergido en la desolación. Pasó puesto por puesto recibiendo las pocas monedas que quisieron darle, cuando pasó frente a mi no fui capaz de mirarla y ni siquiera de decirle algo entre dientes. Su amplificador portátil hacia interferencia con el micrófono, hasta que lo apagó, recorrió el bus hasta el final y se devolvió para hacerse sobre la puerta a uno o dos metros de mi.
Dejó caer el peso su espalda contra la puerta y creo que una avalancha de sentimientos la atacaban mientras la trataba de acariciaba con la mirada y analizaba cada detalle de su ser. De una pequeña bolsita de tela sacó las monedas que tenía, mientras sostenía un pequeño durazno que alguien traía de vuelta y que en lugar de tirarlo, se lo dio. Aunque sé que lloraba por dentro, su cara seguía siendo hermosa, vestida completamente de negro, con un pantalón y una chaqueta que tuvieron mejores días y que guardan todos los signos de su largo viaje. Su pelo largo negro, sin peinar y amarrado con una coleta para no incomodar parece cargar el peso de un día más que está por acabar. La sigo contemplando mientras cada moneda que cuenta la llena de más desolación, imagino que con lo que ha conseguido no le alcanzará para pagar un lugar donde quedarse, o que quizá ira a tener problemas en la pensión donde se hospeda. Tiene unas expansiones que me llaman la atención, porque ese aspecto de chica cool y ruda, se derrumban en el momento, no conozco nada de ella y todo lo que supongo es por su look que no corresponde su voz y ni mucho con el desconsuelo que lleva dentro.
Quisiera abrazarla, quisiera poderle algo mucho más que el poco dinero que llevo conmigo, recuerdo las palabras de esos inconscientes xenófobos que tachan y señalan sin siquiera tratar de comprender el dolor y la angustia que viven los migrantes. Tengo rabia, dolor y me siento completamente impotente. El bus se detiene en la estación, ella se baja, por la ventana trato de buscarla con la mirada pero ella no está, me quedo con este nudo en el corazón y preguntándome qué pasará con ella, porque sé que no está bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario